¿Por qué no funciona?
El problema fundamental consiste en que el cambio climático es una cuestión enormemente compleja y cara de resolver. Y, en su mayor parte, los acuerdos internacionales no han logrado abordar los desafíos económicos subyacentes y políticos internos, según argumentan los expertos. Combatir la emergencia climática requiere replantear casi todos los aspectos de cómo el mundo genera energía, produce alimentos, fabrica productos y los transporta por todo el mundo. Eso supone cerrar o readaptar plantas, fábricas, maquinaria y vehículos, algo que costaría billones de euros y que, de otra manera, podrían seguir operando de manera rentable durante décadas. Por eso, a pesar de la disminución de precios de las energías renovables, las baterías y los vehículos eléctricos, el cambio rápido a las fuentes libres de carbono todavía supone costes gigantes a estados y empresas, independientemente de los posibles beneficios que supondría la creación de nuevas industrias y la reducción de los peligros de acelerar el cambio climático. También plantea riesgos existenciales para las poderosas industrias más contaminantes. En un ensayo recientemente publicado en Foreign Affairs, el economista de la Universidad de Yale (EE. UU.) William Nordhaus sostiene que las décadas de negociaciones climáticas internacionales han fracasado por tres razones fundamentales. Primero, la mayor parte del mundo no ha impuesto ningún coste real a la contaminación climática. Segundo, no estamos invirtiendo lo suficiente para impulsar la innovación en las tecnologías más limpias. Y tercero, los acuerdos de la ONU no han resuelto lo que se conoce como el problema del «aprovechamiento gratuito». Básicamente, la mayoría de los países obtendrán los mismos beneficios de la acción global para reducir las emisiones, independientemente de si contribuyen de manera significativa al esfuerzo o no. Entonces, ¿por qué molestarse? Las reducciones de emisiones no se producirán a la velocidad y escala requeridas hasta que las naciones, los pactos comerciales o los acuerdos no creen incentivos, sanciones o mandatos lo suficientemente generosos o estrictos para lograrlos. Pero hay pocas señales de que la mayoría del mundo acepte repentinamente esas versiones significativas en Glasgow. La importancia de la innovación ¿De qué otra manera podría el mundo acelerar el progreso internacional sobre el cambio climático? El principal asesor de Kerry, Varun Sivaram, destaca que la conferencia de la ONU es de «enorme importancia» y que el papel más relevante de Estados Unidos en la reducción de las emisiones más allá de sus fronteras es desarrollar tecnologías mejores y más baratas con bajas emisiones de carbono. Al financiar fuertemente los esfuerzos de investigación y desarrollo, Estados Unidos hará que la descarbonización sea más fácil y políticamente factible para otras naciones, afirmó Sivaram en la reciente conferencia EmTech de MIT Technology Review. Eso será especialmente relevante para las economías emergentes que representarán la mayor parte del aumento de las emisiones en los próximos años. «La herramienta número uno que tiene Estados Unidos para acelerar la transición energética en todo el mundo es la innovación», aseguró. Otros destacan la importancia y los posibles efectos indirectos de los esfuerzos locales. En un ensayo de finales del año pasado publicado en Boston Review, el profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Charles Sabel y el profesor de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.) David Victor, destacaron la necesidad y los primeros éxitos de lo que describen como la «gobernanza experimentalista». En este modelo, las instituciones más pequeñas que no necesitan lograr un consenso global, como los estados o las agencias reguladoras específicas de algún sector, pueden establecer estándares estrictos y vinculantes que provoquen cambios más amplios en algunas industrias contaminantes concretas. También con el tiempo pueden adaptar sus tácticas en función de los resultados. La esperanza reside en que una variedad de gobiernos y reguladores prueben distintos enfoques para ofrecer lecciones críticas sobre qué funciona y qué no, e impulsar un proceso que haga que sea más barato y fácil para otras áreas promulgar políticas de reducción de emisiones y adoptar tecnologías más limpias.